La adaptación de los cerebros de los invidentes


Las personas con problemas en la vista o ciegas nos parecen muy valientes, por su capacidad de recorrer aceras atestadas de personas y de cruzar las calles con la única ayuda de su bastón, entre otras proezas.

La razón de esta capacidad se debe a que los ciegos, al menos en algunas circunstancias, llegan a desarrollar otros sentidos que les ayudan a adaptarse a su situación.

Esto es lo que afirma un grupo de científicos del departamento de neurología de la Universidad de California en Los Ángeles, que ha confirmado que la ceguera produce cambios estructurales en el cerebro.

Lo más importante de este descubrimiento sería que demuestra que el cerebro se auto-reorganiza funcionalmente con la finalidad de adaptarse a la pérdida de recepción de señales a través de los sentidos, publica la UCLA en un comunicado.

Según un artículo aparecido en la revista NeuroImage, Natasha Leporé, investigadora del Laboratorio de Neuroimagen de la UCLA, y sus colaboradores descubrieron en su estudio que las regiones visuales del cerebro tienen menos volumen en las personas ciegas que en las que sí ven.

Por el contrario, en lo que se refiere a las regiones cerebrales no relacionadas con la vista, la tendencia es justo la inversa: los ciegos presentan mayor volumen en ellas que otras personas. Por tanto, según los investigadores, los cerebros de los invidentes compensarían la reducción del volumen de las áreas visuales del cerebro con el aumento del volumen en otras regiones.

Según Leporé, estos resultados demuestran la excepcional plasticidad del cerebro y su capacidad para reconocer la pérdida de la visión. En otras palabras, el cerebro puede compensar de alguna forma el hecho de no poder ver.

Este hecho se constató particularmente en aquellas personas ciegas desde su más tierna infancia, un periodo de desarrollo en el que el cerebro es aún más plástico y modificable que en la edad adulta.

Los investigadores utilizaron una tecnología de captación de imágenes cerebrales extremadamente sensible llamada morfometría basada en tensores, que permite detectar cambios muy sutiles en el volumen del cerebro.

Con esta técnica, examinaron los cerebros de individuos de tres grupos distintos: personas que habían perdido la vista antes de los cinco años de edad; individuos ciegos después de los 14 años; y un grupo de control de personas que sí veían.

Al comparar los dos primeros grupos, descubrieron que la pérdida y ganancia de materia cerebral dependía mucho de la edad en que se produjo la ceguera.

Sólo las personas que se habían quedado ciegas antes de los cinco años diferían significativamente de las personas del grupo de control en un área del cerebro llamada cuerpo calloso, que es un amplio tracto nervioso que conecta los dos hemisferios cerebrales (vimos algo parecido en un post anterior).

El cuerpo calloso ayuda a la transmisión de información entre los dos hemisferios del cerebro. Los científicos sugieren que esta diferencia estaría causada por la reducción de la cantidad de mielina (material que envuelve o cubre el ligamiento fibroso del nervio) en ausencia de señales visuales que procesar.

La mielina tiene un rápido desarrollo en la infancia, pero cuando la ceguera se produce en la adolescencia o después, su crecimiento está ya casi completado, por lo que la estructura del cuerpo calloso no se ve tan influenciada por la falta de visión, explican los investigadores.

A pesar de lo ocurrido con la mielina, el estudio ha revelado que en los dos grupos de personas ciegas estudiadas sí se había producido un significativo agrandamiento de regiones del cerebro no relacionadas con la visión.

Así, por ejemplo, se descubrió que los lóbulos frontales, sustrato anatómico para las funciones ejecutivas (como memoria de trabajo, planificación, flexibilidad, monitorización e inhibición de conductas), eran anormalmente grandes, quizá para ofrecer una base anatómica favorecedora de otras capacidades en los invidentes.

Estudios previos ya habían constatado que los ciegos, al desplazarse por un pasillo con ventanas, por ejemplo, pueden detectar la presencia de éstas al sentir sutiles cambios en la temperatura ambiente o distinguir las variaciones auditivas existentes entre las zonas de pared y el lugar donde se encuentran dichas ventanas.

Leporé señala que durante mucho tiempo los científicos han sentido curiosidad sobre si los ciegos compensan de alguna forma su falta de visión, desarrollando una mayor habilidad en los sentidos que les quedan intactos. Sin embargo, no fue hasta principios de los años 90 del siglo pasado cuando las sospechas científicas comenzaron a confirmarse, gracias al desarrollo de las tecnologías de neuroimagen.

Estas tecnologías han permitido a los investigadores probar la capacidad de adaptación del cerebro, de reorganizarse tras una pérdida sensorial.

La plasticidad del cerebro es una característica que nos permite adaptarnos al entorno y que se expresa en tres niveles: el de la sinapsis o conexión entre neuronas; el de la capacidad de establecer nuevas conexiones, lo que ayuda a realizar mejor una tarea; y el del uso de zonas del cerebro para otras actividades según las necesidades que surjan.

La plasticidad cerebral se refleja no sólo en las personas ciegas, sino también en aquellos individuos que han sufrido infartos o hemorragias cerebrales, y que son capaces de recuperar funciones que eran previamente ejecutadas por las zonas lesionadas.

Fuente: Tendencias 21

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