La evolución de la capa de ozono


En una franja situada entre 20 y 30 kilómetros sobre nuestras cabezas, en una región de la atmósfera conocida como estratosfera, la capa de ozono protege a la Tierra de las radiaciones ultravioleta dañinas (UV-B) procedentes del Sol.

En la década de los setenta, los científicos observaron por primera vez que ciertos productos químicos podían dañar la capa de ozono, reduciendo su grosor y, por lo tanto, su eficacia como pantalla protectora. Y lo que es más grave, detectaron que sobre la Antártida el adelgazamiento de esta capa era tan intenso que, a efectos prácticos, se estaba formando una especie de “agujero” en la capa de ozono que podía tener efectos catastróficos. Investigaciones posteriores revelaron que los principales causantes de la reducción del ozono eran los compuestos clorofluorocarbonados (CFCs), presentes sobre todo en sprays, sistemas de refrigeración y aires acondicionados.

Alertados ante esta situación, representantes de decenas de países se reunieron en 1987 para adoptar medidas globales, creando el Protocolo de Montreal. En la actualidad 191 países secundan este tratado, que ha sido calificado el acuerdo medioambiental multinacional más exitoso alcanzado hasta la fecha. Gracias a este convenio se ha logrado reducir en más de un 95% las sustancias perjudiciales para la capa de ozono.

Y menos mal que ha sido así. Un mayor déficit de ozono en la atmósfera habría causado un importante incremento de los casos de cáncer de piel y cataratas. Además, el aumento en las radiaciones ultravioleta que alcanzan la Tierra reduciría drásticamente los niveles de fitoplancton, base de la pirámide alimenticia en los océanos, afectando a la biodiversidad. Los daños en la capa de ozono también tendrían efectos negativos sobre el crecimiento de las plantas, con importantes repercusiones en la agricultura.

No obstante, y a pesar del éxito del protocolo, el daño perpetrado a la capa de ozono durante el siglo pasado fue demasiado grave. Según los expertos, esta capa registra actualmente "una progresiva pero lenta recuperación”, y habrá que esperar hasta 2050 para igualar los niveles anteriores a los años ochenta. Las perspectivas que aún son más pesimistas en el área antártica, donde se estima que hasta 2065 no se alcanzarán esos niveles.

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