Las avispas parásitas han de desarrollarse en el interior de orugas vivas. Para medrar en este ambiente hostil utilizan un virus que neutraliza el sistema inmunitario del hospedador.
La oruga no llegará a mariposa. Por mucho que se esconda entre las hojas de la tomatera, a resguardo de depredadores, su enemigo declarado ha dado con ella. En busca de protección y sustento para su prole, la avispa parásita, orientada por el olor característico que despide la oruga, ha encontrado lo que quería. En ese momento, la insignificante avispa hiende la blanda cutícula de la oruga e inyecta en su interior corporal una tanda de huevos. En esa cavidad prosperarán las larvas que nazcan, alimentándose de su propia guardería viva. Llegada su hora, la larva de la avispa saldrá al exterior, rompiendo la cutícula de su hospedadora por los flancos, y empezará a tejer el capullo de crisalidación en la superficie de la propia oruga. Una vez completada la metamorfosis, las avispas han alcanzado la madurez y podrán irse, en tanto que su hospedador morirá irremisiblemente sin pasar de oruga.
Si habláramos de una lucha entre dos, la oruga podría tener alguna posibilidad de ganar, pues posee un sistema inmunitario capaz de encapsular y eliminar los huevos de la avispa invasora antes de que ésta le inflija un daño permanente. Pero la avispa no pugna en solitario. Además de huevos, inyecta grandes cantidades de partículas víricas. Esa infantería vírica neutraliza muy pronto la respuesta inmunitaria, decantando el fiel de la balanza en favor de la progenie de la avispa. La oruga, doblemente parasitada, va dejando de alimentarse, no crisalida y muere prematuramente.
Fuente: Investigación y ciencia
La avispa parásita
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